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Cuando el destino nos alcance

La ciencia desde el Macuiltépetl

Manuel Martínez Morales

Durante varios siglos la expansión del capitalismo ha estado acompañada por una evolución paralela de la ciencia y la tecnología, evolución condicionada desde el principio por la dinámica de la acumulación de capital. Al presente, la tecnología es algo más que procedimientos y objetos técnicos, forma un todo complejo con la ciencia y resulta difícil, si no imposible, trazar una frontera clara entre estas dos fascinantes formas del quehacer humano. Durante el tiempo de expansión y globalización del capitalismo, ciencia y técnica fueron vistos como instrumentos de los cuales el hombre se valía para conocer y transformar la naturaleza; desde esta perspectiva, ciencia y técnica eran neutrales y objetivas en el sentido de que no podían calificarse de buenas o malas intrínsecamente, y por tanto el problema -si es que alguno hubiera- se reducía a determinar en manos de quien estaba su control. La ciencia y la técnica, se pregonaba, debían llegar a todos los rincones del planeta, para llevar la verdad y el bienestar para todos.

Si acaso llegaban a señalarse algunos efectos negativos de la práctica científica y tecnológica, se pensaba que la misma ciencia podría neutralizar o contrarrestar estos efectos. Por ejemplo, cuando la gente se quejaba de los primeros automóviles por el ruido que hacían -espantando gallinas, perros, vacas y otros animales domésticos- la respuesta era que la misma técnica se encargaría de resolver el problema mediante el diseño y producción de motores silenciosos. Todo era cuestión de tiempo, se decía.

La situación cambia radicalmente durante el siglo veinte, sobre todo después de Hiroshima y Nagasaki. No tan sólo hombres de ciencia de la talla de A. Einstein, L. Zsilard y R. Oppenheimer -constructores de la primera bomba atómica-, sino ciudadanos comunes y corrientes comenzaron a vislumbrar que ciencia y técnica encierran un potencial destructivo de tal dimensión que puede conducir al aniquilamiento de la especie humana misma.

Un par de décadas después del término de la Segunda Guerra Mundial, la situación se complica al volverse patentes muchos otros graves problemas que resultan de la aplicación masiva e indiscriminada de ciertas tecnologías. En 1962 se publica el libro “Silent Spring”, de Rachel Carson, en donde se plantean los riesgos asociados a insecticidas como el DDT. A partir de entonces, se empieza a cobrar conciencia de los usos perjudiciales de diversas tecnologías y a cuestionar su neutralidad política, social y económica. De ahí en adelante la historia es conocida: la contaminación atmosférica por hidrocarburos y otras partículas, cuyo efecto global puede ser desastroso para muchas regiones del mundo dentro de algunos años; la manipulación genética en todo tipo de seres vivos que conduciría a la producción de organismos cuyos efectos en la biodiversidad y la salud humana son casi imposibles de predecir; la producción incesante de desechos tóxicos de todo tipo que contaminan tierra y agua, cuya degradación puede tardar cientos de años; el radical cambio en las formas de vida y la forma de ver el mundo que el uso extendido y acelerado de las computadoras y las telecomunicaciones inducen; los experimentos que se llevan a cabo para integrar microcircuitos electrónicos con tejido cerebral y que puede dar origen a máquinas "superinteligentes" con consecuencias inimaginables para la vida humana.

Este impacto negativo sobre la vida humana no se reduce a los efectos de la tecnología, también la ideología cientificista ha jugado un papel determinante en la formación de lo que se conoce como el pensamiento único: aceptar que el conocimiento científico es la única puerta de acceso a la "verdad objetiva". Por una parte, refuerza la ideología escondida en la trastienda del positivismo: lo que es, es, no es bueno ni malo, simplemente es; lo que es, es verdadero; lo que es, no puede ser de otra manera; borrando así todo juicio valorativo que el hombre pueda hacer sobre el bien y el mal y, por tanto, enviando al limbo de las utopías cualquier propuesta de cambio.

En la encrucijada actual, marcada por el imperio planetario del capital -eufemísticamente llamado globalización-, la ideología que le es consustancial y las formas tecno-científicas de explotación económica, dominio y sujeción que intenta aplicar en todos los rincones del mundo, es necesario más que nunca, desplegar el pensamiento crítico ante esta realidad apabullante y situar en su justa dimensión -la humana- las posibilidades de la ciencia y la técnica, antes de que el destino nos alcance.

Hay que reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

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