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¿Cómo formar lectores voraces?

La ciencia desde el Macuiltépetl

Año: 1954. Mi padre llegaba del trabajo alrededor de las 8 p.m. y de inmediato la familia se sentaba a la mesa para la cena. Después de la cena, una breve sobremesa. Por ser el mayor de los hermanos se me concedía permanecer un rato más charlando con mi padre. Cierto día consideró que debía enseñarme a leer, a la edad de cuatro años. Él solamente había concluido la secundaria, pero fue un autodidacta sorprendente.

Así que gracias a él aprendí a leer a los cuatro años de edad, antes de ingresar a la primaria. Cómo material de práctica utilizábamos la nota roja del periódico local, que en aquel entonces se reducía a dar cuenta de algún accidente menor –el alcance de dos autos o que un ladrón conocido como “El capitán fantasma” había escapado nuevamente de la policía, etcétera.

La práctica consistía en concentrarnos en alguna nota que me interesara y entonces me conducía a una conversación sobre la misma, para asegurarse que yo comprendía lo que leía.

La siguiente etapa fue la lectura de historietas –comics- como: El pájaro loco, La Pequeña Lulú, Los Supersabios, Supermán, Chanoc, Batman, Kalimán y Clásicos Ilustrados, entre muchos otros de los que en aquella época circulaban. Excelente material de práctica pues cómo los textos se acompañaban de llamativas ilustraciones, hacía más atractiva su lectura. Me gustaban mucho los Clásicos, pues su contenido estaba basado en cuentos infantiles, cómo La Cenicienta, La Bella y la Bestia, El Flautista de Hamelin y al final tenía una breve sección de dos o tres páginas denominada Fábulas de Esopo.

Cada sábado mi padre llevaba a casa una o dos historietas.

Nos reuníamos a leer en colectivo estas historietas, mi hermano Juan Antonio, mi primo Jesús Juvenal y yo. Nos sentábamos en el piso del zaguán conmigo al centro y ellos –qué aún no sabían leer- a mi lado. Yo abría la revista, los tres mirando las ilustraciones, y leía en voz alta los textos. Lo cual nos parecía un entretenimiento sin igual. Tal vez leíamos cada número varias veces pues casi sabíamos de memoria las historias contenidas en cada número. Lo creo así pues en ocasiones, al no disponer de nuevos números nos entreteníamos recreando, actuándolas, las historietas ya leídas. Encarnando cada uno de los tres a algún personaje de aquellos relatos.

Mi formación como lector siguió su curso gracias a que comencé la primaria a los cinco años y estuve bajo la tutela de mi padre y mi tío Antonio, hermano de mamá, también hombre muy culto.

Mi padre nos motivaba a mí y a mis hermanos relatándonos artículos qué leía en la revista Selecciones del Reader´s Digest a la que estaba suscrito, después la dejaba por ahí a nuestro alcance. Luego por iniciativa nuestra tomábamos la revista para leerla, sin coacción alguna, motivados solamente por los comentarios previos de mi padre.

Nuestra primera lectura de un libro completo, fue la del libro “Corazón, diario de un niño” de Edmundo de Amicis, lectura producto también de la motivación inducida por mi padre. En ocasiones nos visitaba mi tío Antonio, hermano de mi madre y además mí padrino, llevando en ocasiones un libro que me entregaba, como fue el caso de dos obras de Mark Twain: Tom Swayer y Las aventuras de Huckleberry Finn.

Transcurre el tiempo. A los 12 años, ya cursando la secundaria, mi tío pone en mis manos el libro Mathematical Biology, de Nicolás Rashevsky, que si bien no entendía las ecuaciones diferenciales que ahí aparecían, si comprendí la descripción cualitativa que hacía respecto a los fenómenos descritos por aquellas ecuaciones.

Lo nuevo y sorprendente para mí era que el fenómeno podía describirse en el lenguaje matemático, por lo que me propuse entenderlo mejor, aunque a esas alturas apenas estaba yo aprendiendo álgebra elemental y trigonometría.

Algunos meses después mi tío nos llevó a pasar vacaciones con su familia que entonces residía en la ciudad de San Luis Potosí. Estando allá, mi tío nos hacía acompañarlo a la Facultad de Medicina, donde era docente e investigador además de dirigir el Departamento de Farmacología y Toxicología. En el laboratorio presenciamos los experimentos realizados en perros, gatos y ratas –con su correspondiente explicación sobre el objetivo de la investigación y la función de cada uno de los instrumentos empleados- y en cierto momento nos invitó a realizar varios sobre inocentes ranitas. Un buen acercamiento a la ciencia, para niños.

El día que emprendimos el regreso, mi padrino puso en mis manos un libro, Crimen y Castigo de Fedor Dostoyevski. Despertándome tal interés que lo leí de un tirón en dos o tres días.

Niños de doce años leyendo a Rashevsky y Dostoyevsky, observando y realizando experimentos “in vivo”, entrelazando la educación formal con la informal; mezcla explosiva que puede hacer volar en pedazos al sistema educativo y constituir una amenaza para el Estado opresor. Lo cual para mí demuestra la verdad acerca de por qué el sistema educativo está como está: No te me desapendejes mexicano, así como estás, estamos nosotros muy bien.

Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

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