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La complejidad del genoma humano

La ciencia desde el Macuiltépetl

Manuel Martínez Morales

Desde hace varias décadas el trabajo científico ha sido constreñido por valoraciones externas a la lógica de la investigación que se reflejan, entre otros aspectos, en la sobrestimación de la importancia asociada con ciertos resultados. Así ha sido, por ejemplo, el caso del proyecto “Genoma Humano” que ha tenido como objetivo, precisamente, el desciframiento del genoma humano y una de cuyas etapas más recientes ha sido el desciframiento del genoma de los mexicanos. Este proyecto tiene como trasfondo el interés de las transnacionales farmacéuticas para patentar aquellos genes que, presumiblemente, estarían asociados con la propensión a padecer ciertas enfermedades como la diabetes, el cáncer, etcétera. Este conocimiento daría base a la medicina genómica que, en el horizonte de los intereses mercantiles, sería fuente de muy buenas ganancias.

A partir de lo expresado por investigadores asociados al proyecto, parece ser que la investigación está orientada por el caduco paradigma mecanicista-reduccionista vigente desde el siglo XVII hasta mediados del siglo XX, momento en que comienza a forjarse el nuevo paradigma de la complejidad y lo complejo. Cuando alguno de estos investigadores asegura que se identificó al gen de la diabetes, pongamos por caso, se asume la correspondencia mecánica entre un gen específico y un rasgo del individuo (la propensión a la diabetes). Así nos enteramos que también se ha logrado ubicar al gen que favorece la obesidad, e incluso se menciona que un gen es el responsable de la inclinación homosexual.

Esta perspectiva, mecánica y reduccionista, presupone que la función de cada gen es independiente de la de todos los otros que conforman el genoma humano que, hasta donde sé, está constituido por alrededor de 25 mil genes. Estudiosos de la evolución y la genética desde la perspectiva de la complejidad, aseguran que el genoma funciona como una red de genes interactuantes por lo que no es sostenible aseverar, en todos los casos, la correspondencia entre un gen y un rasgo específico. Puede consultarse, al respecto: “Complexity, A Guided Tour” de Melanie Mitchell (Oxford Univ. Press, 2009).

El estudio de los sistemas complejos es un campo interdisciplinario de investigación que busca explicar cómo un gran número de entidades relativamente simples (los genes en este caso) se auto-organizan en un todo colectivo (el genoma) cuyo funcionamiento no puede reducirse a la suma de la operación de sus componentes. El todo puede entonces mostrar propiedades, a las que se denomina “propiedades emergentes”, que no pueden derivarse de las propiedades de sus elementos,

La prisa por difundir con cierta estridencia los resultados alcanzados hasta el momento en este tipo de proyectos me hace pensar, por una parte, en la urgencia por publicar –aún resultados insuficientemente confirmados- a que se ven empujados los científicos por el sistema establecido de castigo-recompensa; la “carrera de la rata”, la llaman en otros países: “publicar o morir”. Por otro lado, según afirma la autora del libro arriba citado, las compañías dedicadas a la biotecnología se apresuran a patentar trozos del ADN que se cree codifican funciones específicas, sin considerar que la mayoría de los rasgos de un individuo, no están determinados por la secuencia de ADN de un gen particular. Entonces, se pregunta la investigadora, ¿qué sentido o qué valor real tienen estas patentes?

Otro aspecto a considerar en las investigaciones asociadas al proyecto Genoma Humano, es el de las posibles aplicaciones concretas de los resultados de estos estudios, y que tienen que ver con consideraciones éticas. La manipulación del genoma humano nos sitúa, de alguna manera, en el preámbulo del “mundo feliz” que anunciaba A. Huxley en su novela del mismo nombre: la posible programación genética de cada individuo, desde antes de su nacimiento, para diseñarlo conforme a la función que debe desempeñar socialmente: obrero, poeta, burócrata, futbolista o mandamás.

Este último asunto no debe tomarse a la ligera. Hemos oído hablar, en días recientes, acerca de cómo es posible crear en un laboratorio virus llamados “quimeras”, obtenidos de la mezcla de ADN perteneciente a virus diversos, y cuya capacidad infecciosa es impredecible. Las quimeras no sólo surgen en experimentos con virus, sino también experimentando en seres más complejos. Cito a Mitchell: “En un extraño experimento, el biólogo suizo Walter Gehring tomó el gen PAX6 de ratones (gen asociado con el desarrollo del ojo) y lo insertó en el genoma de moscas. En particular, en varios experimentos insertó el gen mencionado en tres partes diferentes del genoma de la mosca: la relacionada con el desarrollo de las patas, en aquella asociada con las alas y la tercera en la parte vinculada con el desarrollo de las antenas. Resultado: aparecieron ojos, o algo parecido, en las patas, las alas y las antenas de las moscas del experimento.”

¿Alguna vez vio usted la película “La mosca de cabeza blanca”? Un experimento fallido en que el científico y una mosca intercambian cabezas: el hombre acaba con cabeza de mosca y la mosca con la cabeza del investigador, quien tenía el pelo completamente blanco. En la escena final la mosquita cae en una telaraña, la araña se aproxima para devorarla y, en su desesperación y ya que tiene cabeza humana, la mosca grita pidiendo ayuda; un hombre escucha y se acerca, mira con horror lo que ocurre, levanta una piedra y aplasta a la mosca de cabeza blanca…el científico por su parte se suicida.

Hay que reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

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